Joaquín Artime. Entre la imagen y la escritura, por Daniel Bernal Suárez

De Joaquín Artime (1984) podría calibrarse la lozanía de su inventiva que le arrastra a innovar y plasmar sus creaciones utilizando para ello los medios, técnicas y materiales más disímiles: elementos residuales, intervenciones, conjugaciones texto-imagen, fotografía. Reflexiones sobre la corporalidad y sus derivas, ilustraciones cuyo basamento pareciera ser la autointerpretación desde la propia memoria del artista. Este alud creativo acarrea la doble posibilidad que acosa a todo salto mortal: el esplendor y la confusión. Como señalara el teórico e historiador del arte E. H. Gombrich en El sentido del orden (1979), el deleite que comporta la experiencia estética se halla en algún lugar entre el aburrimiento y la confusión. La obra más reciente de Artime nace del entrecruzamiento entre imagen y escritura: las letras como signos posibles que constituyen las figuras, moldean los mapas de los objetos, delinean los contornos de paisajes urbanos o rostros. En definitiva, caligramas del deseo y la cogitación. De hecho, la inmersión en lo escritural le conduce a recorrer lo estrictamente literario mediante sus microrrelatos. Incluso en alguna exposición ha vinculado pintura y texto literario que, sin perder ninguna su autonomía, se vinculan como distintos prismas que permiten el abordaje de un mismo motivo genésico. Subyacen aquí cavilaciones acerca del poder de la escritura y de la impronta de la palabra tanto en la conformación de la vertiente individual como colectiva de los sujetos (así como la posibilidad/imposibilidad de transmitir los aspectos comunicativos), ya sea mediante obras materializadas en su fijeza, o en performances que escenifican las relaciones simbólicas con el lenguaje, aprovechando para ello desde objetos de uso doméstico a espacios del entorno (una biblioteca, verbigracia). Y es que toda ciudad puede visualizarse, en suma, como una red de palabras en constante flujo.



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