Editorial



Etemenanki, por Joaquín Artime

La palabra está mal empleada, ya no sirve para comunicar. Es una herramienta de exclusión, un muro inaccesible lleno de cuerpos alejados entre sí por la tipografía, por el lenguaje que en primera instancia debería otorgar diálogo.

Comprobamos cómo el mensaje nos llega deformado, distorsionado, en aras de un sistema corrupto al que no le interesa que la información sea asimilable, comprensible. La fuente tiñe la verdad. Las neuronas se retuercen ante los errores y vicios que se extienden como una plaga. La libre interpretación del todo vale se distancia de la primera intención. Se derraman ríos de tinta que no aportan nada. La verborrea se funde con el palabro, se aplaude la carencia e inexactitud de lo morboso, del ocio insano de la televisión. Textos elevados para la alta cultura. Argot, tecnicismos, expresiones generacionales…, nos recuerdan que pertenecemos a un grupo, que en el hermetismo duerme la exclusividad y, al final, eso aporta distinción.

Este número de papel engomado invita a los artistas a trabajar sobre la deformación, distorsión, codificación y encriptación de la escritura, no como simple juego donde añadir interés a una pieza cuyo significado se nos vela, sino como medio desde el cual reflexionar sobre las problemáticas del lenguaje.

Y sus piezas se erigen como red de letras que viaja por la ilusión, el espejo y los encadenamientos de misivas que marean con la incertidumbre de la burocracia. La irreversibilidad de lo dicho, la imposibilidad de leer, la desaparición y aparición del texto, la irónica modificación de las frases hechas. La escritura al revés, la contradicción y la densidad del exceso. Están todos llenos de huecos. Vacíos que nos recuerdan que hemos de estar atentos.

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