Pitufina

La perdí con cinco años. No recuerdo por qué, de entre todos los diminutos azules, la llevamos a ella. Pitufina, mi hermano y yo terminamos en la más pequeña de todas las piscinas, donde yo hacía pie. Jugábamos a arrojarla al agua para luego zambullirnos y rescatarla. Nos sentíamos valientes y valerosos, después de todo, no tardábamos más de dos minutos en volver a sacarla a la superficie. En una de éstas, mi hermano la tiró demasiado lejos. Yo me precipité hasta el fondo, con los ojos rojos por el cloro. Mi hermano me alcanzó, dejándome una visión de burbujas cegadoras. Al sacar la cabeza, me comunicó la fatídica noticia: No la encuentro.

En un principio creí que me estaba engañando, que la había escondido en algún lugar de su bañador sin bolsillos. La mera idea me pareció asquerosa. Si en verdad lo había hecho, habría que lavarla a conciencia. Luego, al prolongarse la desaparición, empecé a dudar. Antes de irnos, di tres vueltas a la piscina. No había ni rastro. Me acerqué al mismo niño que un rato antes nos contemplaba. ¿Tú no habrás visto a la Pitufina?, le pregunté. Él me contestó que no.

Volvimos a casa y le di una última oportunidad a mi hermano: ¿En serio que no la tienes tú? Y me dio otro no por respuesta. Algo se removió en mi interior, por la zona del estómago. Agaché la cabeza y fui a dar con los pitufos. No sabía cómo se lo iban a tomar. Supuse que con una tristeza semejante a la mía.

Veinte años después, en la inauguración de “Traumatología infantil”, no fueron pocos los que, entre tanto dibujo, la echaron de menos, lo cual no era de extrañar, porque parecía que allí estuviesen todos los pitufos. Conté la misma historia una y otra vez. La gente sonreía conmovida. Detrás de mi simpatía sólo se ocultaba una vieja añoranza.

Días después, en mi cumpleaños, Ángela vino con un cd. Cuando lo vi, pensé que se trataba de una recopilación de fotos, de un montaje en vídeo o power point. Admito que hasta el momento, nunca había encontrado ningún atractivo a un regalo así, porque hasta el momento nadie se había tomado la molestia en hacerlo para mí. Lo recibí con muchísima ilusión. Introdujeron el dvd en el reproductor y me senté anhelante. Después del título, El Reencuentro, apareció una primera imagen: Pitufina en el fondo de un vaso.

Fue así como, con una voz que me resultaba familiar, Pitufina me narró lo que había hecho durante tantos años. Empezó por el principio, cuando el socorrista le hizo el boca a boca. Ella volvió en sí, pero yo ya me había ido. Recuperó la compostura y erró por mi ciudad, esperando toparse conmigo. Como el momento no llegaba, trató de compensar tanta frustración dándose al alcohol, a las drogas, a unas dudosas relaciones que para nada la complacían. Relegada a la barra de un bar, un buen día, se encontró con Azrael. Como su cara le sonaba y en seguida le habló de mí, el gato supo dónde llevarla: a la Galería Stunt. Nada más asomarse a la puerta, vio un cuadro, y me reconoció en él. Era yo. No cabía duda. Minutos después, entusiasmada, hablaba con Luis, el galerista, para que le indicase cómo encontrarme.

El vídeo terminó entonces. Ángela y Jhony me ofrecieron una caja. Allí, en su interior, estaba ella, y Azrael, al que también habían echado de menos en la exposición, con mucho acierto. Me quedé sin palabras, entre lo abrumado y lo encantado. Ya podrás pintarla, me dijo Ángela. Y me prometí que lo haría, sólo que no para mí. El cuadro de Pitufina se lo regalaría a ella, para que recordase por siempre, una pequeña parte de tan feliz que me hizo.




Pitufina
Joaquín Artime © 2011
Óleo sobre tela.
22 x 16 cm.
Colección particular.

Comentarios