Licantropía y estupefacientes

Sé que las noches se ponen en la sombra de tu flequillo revuelto. Que nunca amanece en tierras exentas de suerte y frescura. Que el silencio empaña los ánimos. Que te encierras en tu cuarto de paredes vacías. Y tratas de conciliar el sueño. Pero en la vigilia de tus temores recurrentes una gramola repite las voces de quienes te han exprimido, dejando solo un cuerpo herido de sed.
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Durante horas, parece que todo está perdido en ese velo de párpados cerrados, en ese bucle de acontecimientos en exceso rumiados. Pero no hagas caso. Acalla las voces con el lucero de tu mirar de ojos abiertos. Ellos no saben actuar sin disfraz de cordero, ni existen sedantes que calmen tanta ética dañada. Si te clavan los dientes, no es tu culpa. Las fieras se sienten atraídas por, de todas las presas, las más bellas. Así que no esperes al resplandor del nuevo día. Duerme, que nadie merece tu tiempo en vela, y menos, cuando no sopla el viento.

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