Te cortan la palabra

Un amigo publicaba en un periódico regional entrevistas a gente vinculada con el extenso mundo del arte y la cultura. Hace unos meses, por motivos de la crisis –y ya se sabe que, según la política, en tiempos de crisis la cultura es prescindible–, su sección se vio cortada, al igual que su palabra. Nos informó vía email, como venía haciéndolo con cada nueva publicación desde que comenzase su andanza. Y para sorpresa de muchos, algunos le contestaron no lamentándose por ello, sino alegrándose porque ya no recibirían ningún email más.
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Imagínense el daño. No sólo se ve mermado tu trabajo, sino que encima, los que creías que te apoyaban, se jactan del fracaso aduciendo que por fin no recibirán tantos correos –algo tan fácil de eliminar o bloquear–.
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Aquel hecho me pareció sucio. Rastrero. No porque a esas personas les molestase tanta actividad informativa capaz de colapsar sus bandejas de entrada, que eso lo puedo entender, sino porque aprovecharon un momento de flaqueza, de debilidad palpable, para clavarle a un conocido, con rencor y prepotencia, un puñal totalmente innecesario.

Mi amigo volvió a enviar un email dándole las gracias a todas aquellas personas que habían tenido la "delicadeza" de celebrar el fin de su actividad y hacérselo saber. Leer ese correo se me hizo duro. Principalmente, porque nos lo mandó a todos, demostrando así una brutal desconfianza. Podría haber elegido contestar sólo a aquellos que le habían ofendido con semejante despropósito, pero no, él optó por enviar la respuesta al total de sus contactos, pues no sabía cuántos más podrían pensar igual, aunque permaneciesen en silencio.
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La traición sembró la alarma, y él se dejó llevar por sus sentimientos, heridos, casi mutilados.
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Su manera de reaccionar no me causó ningún tipo de resquemor. Me pareció comprensible, pese a la desesperación del momento. Lo que se me antojó enormemente enigmático y descorazonador, por la oscura carga de malicia, fue cómo los otros, que hasta ese entonces habían callado, de pronto, aprovecharon para hablar en el momento, y con las formas, menos adecuadas.
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Eso me hizo recordar, pues sujetos inclasificables los hay en todos lados. Hace cosa de dos años, una chica, la cual creía conocer, me contestó a uno de mis emails sobre exposiciones:
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14 de Abril de 2009
"Joaco...te informo yo de las exposiciones que hago en la bienal de Arquitectura de Canarias???? No, verdad??? Pues déjame de enviarme este tipo de mails, gracias!!!!!"
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La verdad, me sentó como una patada en el estómago. Por llegar tarde. Por borde. Por no venir a cuento. Y sobre todo, porque me lo podría haber dicho de otra forma. Pensé en mandarla a la mierda, pero decidí esperar. Respiré hondo y le contesté:
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"Disculpa T., sólo quería compartir contigo lo que hago. No te preocupes, no volverás a recibir ningún e-mail más. Si me lo llegas a decir antes, antes dejo de enviártelos."
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No considero que fuese una respuesta brillante, sólo la que se me ocurrió en ese instante. Ahora bien, si ella se hubiese quejado desde un principio, quizás no se habría cansado de mi espíritu comunicativo y hubiese sido menos hiriente en su petición. Lo más insultante no era su deseo de no querer saber nada de mí, sino el engaño que supone todo el tiempo que estuve contando con ella.
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Obviamente, lo que le sucedió a mi amigo es mucho más grave. Sin embargo, hubiese sido igual de fácil evitarlo. Y es que me resulta tan sencilla la comunicación; la buena comunicación. Con todo el mal rollo que podríamos ahorrarnos.

Comentarios

  1. Que triste lo que cuentas, que se celebre el fin de una comunicación cultural me parece alarmante, cuando cómo bien dices, tan fácil cómo eliminar. Me entristece mucho. Mucho. Mucho. :(

    Saludos!

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