Los ecos de un sueño, por Dalia de la Rosa

La trayectoria de un artista tan joven normalmente es menos dilatada, pero Joaquín Artime es mucho más que un artista novel, él llevaba ya desde la infancia dentro de sí el germen del arte, de la creación y de la plasmación de los sueños sobre superficies táctiles y duraderas en el tiempo. A su corta edad su currículo impresiona, y no es para menos puesto que su obra hasta el día de hoy guarda una coherencia estética, y un dominio de la técnica que si no fuera por lo fresco de sus escenas y encuadres se diría que es un artista consagrado. Lo importante –el privilegio- en la actualidad como público es poder asistir a la evolución, al nacimiento de lo que en venideros años será un referente del arte en Canarias.

Esa coherencia estilística viene dada por el buen hacer y el necesario dominio de la técnica del que hace gala Artime. Crea un vínculo indisoluble entre espectador y artista bajo el signo de la admiración y la identificación. Desde su primera exposición individual ÚBEDA, de cerros y otros lugares (2008) en la galería Stunt, ya se descubría que su obra había sido y será la creación de un mundo que semejaba un claro sueño, el sueño confundido con el recuerdo, creando vida simulada a través de evocaciones, haciendo de ésta, cada día, una leyenda. Hacer leyenda de algo no es transformarlo en una mentira, todo lo contrario, en Artime no hay mentira ni simulación, hay plasmación de sentimiento puro y noble, capacidad de mirar, de sustraerse del medio y captar sólo el instante pregnante, ese instante que convierte en casi mítico el fuego que aviva desde el interior de la obra.

Siempre fresca es la visión del artífice en cuestión, se mueve entre la realidad y el recuerdo con tal soltura de manera que los espacios vacíos se asimilan rápidamente como el tiempo suspendido, es una pugna contra la pérdida, contra el deterioro de la vida, porque lejos de ser una banalización del paso del tiempo, hay una sincera angustia vital. Fijar la memoria es rendir tributo a la huella, que se convierte en signo identitario a lo largo de toda la obra de Artime. De la necesidad de recordar y perpetuar una esencia concreta surge In Memóriam.

En palabras de Zweig, de todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación. Nuestro espíritu humano es capaz de comprender cualquier desarrollo o transformación de la materia. Pero cada vez que surge algo que no había existido nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina, cuando aquello que aparece de repente no es cosa perecedera. Es el arte en estado puro, puesto que la artisticidad de un objeto o una acción viene dada por ese dualismo entre identificación y la capacidad de asombro del espectador, asombro no como algo nuevo sino como lo conocido plasmado y detenido que no se desvanece, que no es cosa perecedera, sino que tiene fuerza para sobrevivirnos.

Esa es la idea subyugante que queda plasmada en In Memóriam, donde la familiaridad y la extrañeza queda potenciada por la aspereza de la textura, que bien podría semejarse con un cálido día de sol invadido por un aire dulce, algo agradable y delicado colgado en el tiempo, parado en Tempo. La ligazón arenosa de las obras recuerda la fuerza telúrica de la expresión artística, subrayada por la contundencia de una serie que se somete al impacto cromático del blanco y negro, dureza visual mitigada por la aplicación de algunos toques de color. Procedimiento acertado que se vincula con la fotografía coloreada de principios del siglo pasado. Las imágenes se convierten en ecos de un sueño a través de la técnica. Sueños en forma de breves notas de color aplicadas a través de veladuras. Velar y revelar son las funciones de las novísimas imágenes de Joaquín Artime, donde lo temporal se convierte en un espectáculo terrible –en cuanto pérdida– y grandioso –en cuanto placer–.

Obras despojadas de contexto físico, flotan en la indeterminación y esperan el mismísimo instante en el que se levanta la batuta para extraer lo más recóndito y secreto de sus abismos. Imágenes de gran intensidad que quedan suspendidas es la sustancia de la que está hecha la memoria. Conmueven y tensan el espíritu que queda, en el instante de la observación, aislado y colgado en el aire.

La tecnicidad es obviamente un punto importante de la creación, el material muchas veces habla de la obra en sí, de lo que quiere expresar y no se conforma como una imagen vaga de lo que fue un pensamiento o un boceto. El uso del material erosionado obra el milagro y nos sitúa en la esfera del arte, que reconduce hacia la elocuencia de lo matérico para atravesar literalmente el ojo del espectador con la contundencia de las figuras. Esa carga de material viene dada por la adición a la tabla de arenas, que envuelven la superficie de la obra en un sentido casi escultórico.

El artista construye la imagen de la manera más artesanal posible, la mano penetra, se mancha en la obra, forma parte de ella y construye. Erige superficies del olvido, retiene momentos y personas de una manera violenta. Por instantes parece sustraerse de la pintura para construir el cuerpo de la Olimpia, luego mediante el pigmento viene el indulto, la suavidad invade la figura, es decir, el todo… El artista parece luchar como Hércules con la hidra de las cien cabezas. Las obras se unen unas a otras casi automáticamente, como en un juego vital, aparentemente inconexas pero comprometidas con una fórmula tan seductora como acertada que brinda una dicha inefable. La tentadora Eros se comporta como una imagen autónoma, más bien automatizada, como una imagen construida con la arena del demiurgo. Una Olimpia que en manos del ‘inventor’ se convierte en preludio de una energía comprimida que depara una sacudida de vastas proporciones. Una fuerza explosiva realmente elemental que sólo necesita una brizna o hálito de calor para estallar. Su cuerpo y su espíritu terrenal, han creado algo indestructible bajo una apariencia frágil y delicada.

En virtud de una inspiración única asistimos a la emanación de instantes atrapados y oprimidos por el medio fotográfico que se desatan sobre la tabla. Bajo la concreción de la imagen, Artime se sumerge inexorablemente en la universalidad del sentimiento. Él siente ante una imagen y la manipula hasta conseguir aunar impresión y expresión. De tal manera que no hay mucha distancia desde lo que quiere decir hasta lo que plasma desde dos primas diferentes, la imagen plástica y su correlato literario que no explica la imagen sino que la conforma y amplía.

En ocasiones el punto de vista escogido obliga a posicionarse ante la obra como un voyeur, como público ante una acción totalmente humanizante, el juzgar. En Dicen… el ojo queda moralmente atrapado en una celda junto con la imagen que se crea de sí mismo y la de los demás.

Los trípticos Estroversione e Introversione penetran directamente en el ámbito de los sentidos, en la capacidad de la mente de fragmentar los recuerdos y las escenas, dividir lo vivido a través imágenes que se convierten en el testigo incorruptible de lo acaecido. Imágenes que nacen del amor y de la observación, que por separado se convierten en absolutos.

El arte liberado de todos los temas de la tradición figurativa desde la segunda mitad del siglo XX ya no tiene que ser visto o entendido como “algo”. Representa la belleza auténtica o, en palabras de Kant, la belleza libre, libre de conceptos y de significados. Y eso es el arte: crear algo ejemplar sin producirlo meramente por reglas. En la obra de Artime no hay reglas, aunque la contundencia de sus figuras remitan al clasicismo, el encuadre permite al publico entrar en un juego libre donde la imaginación del espectador la completa. Toda obra deja al que la recibe un espacio que debe rellenar, de tal manera que puede descifrarse y revelar mil significados. Artime no incurre en un shock estético, pero la omisión deliberada de esas reglas lo sitúa en la actualidad del arte.

Obras como Meditazione se convierten en abismo y cumbre de la serie, un ‘brazo armado’ de significados. Como en un campo de batalla donde lo inolvidable y lo perecedero lucharán eternamente. Dondequiera que se manifieste la resultante es la límpida belleza de un rostro –Divertimento–, el ritmo de un gesto –La principessa depressa– o el vuelo de la palabra misma. In Memóriam encierra un estremecimiento especial, un universo de sentimientos en la materia más frágil y delicada.

Cuenta entre lo maravilloso de este mundo, entre la revelaciones mas grandiosas a las que tiene acceso el común de los mortales rodearse de aquello que recuerda, como un eco inusitado e inesperado que nos aborda.
Dalia de la Rosa

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