Arreglarás el mundo

A mi hermana

Cuando Paula era niña, además de caracterizarse por su enorme melena azabache, llena de tirabuzones y encanto; por su vivaracha naturaleza, siempre dispuesta a regalar una risa; o su incondicional admiración a Merlín el Encantador; creía que todo se podía arreglar con cinta adhesiva. Si se rompía un dibujo, un juguete, un jarrón, una ventana, una suela.

Creció, perdió parte de la magia y olvidó los remedios de su infancia. La primera vez que lloró desconsolada por las injusticias del corazón, su hermano le regaló una cajita envuelta en dibujos de cuando eran pequeños. Conmovida, rasgó con cuidado el papel, abrió la caja. En su interior, un rollo de vulgar cinta adhesiva la esperaba.

–¿Qué quieres que haga con esto? –le preguntó sorprendida.
–Arregla el mundo, como cuando tenías cinco años.

Paula tuvo que meditar concienzudamente aquellas palabras, ahondar en la memoria. Una vez lo hizo, sonrió agradecida, consciente de que no era la cinta quien tenía la virtud de restaurar lo quebrantado, era su voluntad.

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